26/6/2024
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Fútbol

Sobre los apodos y una época que se nos fue

Por: Martín del palacio

Cuando yo era niño, el futbol era distinto, mejor. Podía ver 10 partidos en una semana y me entusiasmaba con todo. Las figuras de entonces sí se mataban en la cancha. No podía dormir antes de un partido de la selección.

Hoy es distinto, no se siente el mismo amor a la camiseta. A los jugadores de hoy les interesan más sus peinados que su rendimiento. La selección ya no me llama tanto la atención y el futbol en general no es lo mismo. Por culpa de la comercialización, ya casi no veo partidos. Me harté de los manejos directivos. A veces ni siquiera veo los resúmenes.

¿Te sentiste identificado con estas palabras? Bienvenido a la vejez. ¿No te sentiste? No te preocupes, yo antes también estaba en onda, pero luego cambiaron de onda, ahora la onda que tengo no es onda. Y TE VA A PASAR A TI.

Muchas de las críticas que se hacen al futbol actual tienen que ver con la nostalgia, naturalmente el ser humano tiende a evocar la infancia como un momento feliz, y ve esas memorias con un fulgor dorado. Y así como nos pasó a nosotros, le pasará a las siguientes generaciones.

Hay algo que sí ha cambiado, sin embargo, de forma evidente, y quizá sea resultado y evidencia de la degradación del ambiente en torno al futbol en México; los apodos de los jugadores.

Durante muchos años, el aficionado mexicano vivió los partidos con las voces de Fernando Luengas, Fernando Marcos y Manuel Seyde. Eran épocas de inocencia y de pesimismo. El tono sobrio, monocromático acompañaba a las transmisiones en blanco y negro y a los fracasos de México en el ambiente internacional. La frase, lapidaria, que sobrevive aún de esos tiempos reza: “¿por qué siempre nos tiene que pasar a nosotros?”

Todo cambió con Ángel Fernández. El legendario narrador de los setenta entendió que, con la popularización de la televisión a color, el futbol se había vuelto un espectáculo como el cine, un evento lleno de fuegos artificiales y emociones. Su estilo efusivo cambió la manera de ver el juego de toda una generación.

Y con él, llegaron los apodos épicos. A Miguel Marín lo llamó “Superman”, a Juan José Muñante, “la Cobra”, Miguel Ángel Cornero era “el Confesor”, a Hugo Sánchez “el Niño de Oro” y Pedro Nájera el “Siete Pulmones”. Los motes eran siempre positivos, incluso en una época, los setenta, donde la realidad del futbol nacional era realmente pobre, con la ausencia de la selección al Mundial 74 y el último lugar en Argentina 78.

En los ochenta, Don Ángel perdió relevancia, sustituido por narradores menos carismáticos del lado de Televisa, y el ángulo crítico de José Ramón Fernández en Imevisión. La ausencia del Tri en Italia 90 sumió al medio en una desesperanza tal que incluso la destacadísima actuación de México 86 quedó en el olvido. La gente se desinteresó y las transmisiones lo reflejaron.

La vuelta a los reflectores volvió con la selección de las eliminatorias y la Copa América en 1993, pero también con otro nombre propio de la narración. Enrique Bermúdez, inspirado en el trabajo de Don Ángel, se erigió como la figura superlativa de la televisión en aquellos tiempos, incluso por encima de los propios jugadores a veces. Salía en comerciales y novelas y los niños repetían sus narraciones, incluso a aquellos -como a mí- a quienes no nos gustaban entonces.

Una parte fundamental de ello fueron las frases y los apodos. Los del “Perro” fueron en la misma línea, siempre positiva. Claudio Suárez era “el Emperador”, Luis Hernández “El Matador”, Paco Palencia “El Gatillero”, los tiros libres de Pável Pardo eran “Dardos Envenenados” y José Saturnino Cardozo se paseaba por las canchas como “el Príncipe Guaraní” que era.

Más importante aún, en su entendimiento de la importancia del show, y como reflejo del ambiente de entonces, Bermúdez entendió que los apodos originales de los jugadores no eran los correctos para el espectáculo. ¿Habría sido lo mismo Claudio Suárez si le hubieran seguido llamando “el Pajarote”? ¿Se habrían incrustado tanto en la retina las atajadas de Campos si las hubiera hecho “el Acapulco”? Yo estoy seguro que no.

Viajemos ahora a los tiempos actuales. Los de los memes, las burlas y los videos chuscos en Instagram. Los de la negatividad extrema. Una de las cosas que más extraño son aquellos apodos de antaño, y su ausencia refleja, creo, el ambiente tóxico de hoy. En los setenta o los noventa, a nadie se le hubiera ocurrido llamar a un jugador, “la Chofis”, “el Bebote” o “la Cotorra”, ni mucho menos inventarse un apodo como “el Pleititos” porque el futbol era el cine, y las historias valía la pena contarlas incluso en la derrota. Hoy los narradores buscan el like efímero de Tiktok o el RT de la red antes conocida como Twitter.

Y no crean que lo que sucedía en el fútbol de entonces era mejor que el actual. El nivel en los setenta era de plano infame y las transas de los directivos al principio de los noventa eran hasta abusivas. Doping, dueños de equipos llevando a árbitros por fayuca después de un partido, acusaciones -no inventadas- de arreglos… era la ley de la selva. Pero la cancha era la cancha, y uno se sentaba frente a la TV para pasarla bien.

Llámenme ruco si quieren pero yo sí extraño aquellos tiempos en los que, por lo menos durante los 90 minutos que duraba el partido, podía ver a un Emperador y un Confesor en la defensa, ayudados por un Siete Pulmones. Aunque los partidos fueran malos, sabía que en cualquier momento podía llegar un Dardo Envenenado al Matador, mientras, desde España, nos enterábamos de que El Niño de Oro había anotado otro gol dedicado a los que “queremos y amamos el futbol”. Ojalá vuelvan esos tiempos.

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